«Y tú, Cafarnaúm, ¿subirás hasta el cielo? No, bajarás donde los muertos. Porque si los milagros que se han realizado en ti, se hubieran hecho en Sodoma, todavía hoy existiría Sodoma.» (Mateo 11:23)

Al inicio parece que la cámara se resiste a acercarse. Se limita a ver desde arriba y con distancia la miseria que envuelve a la ciudad. Luego persigue a un grupo de niños que juegan por las calles, se acerca de forma tímida. Como quien se aventura en aguas desconocidas, el lente se abre paso para introducirnos a Zain (Zain Al Rafeea). Es sólo un niño, pero le vemos hacer cosas de adultos, su carácter no parece comulgar con su edad. El caos y la miseria le acompañan como un indeseado huésped.

La directora Nadine Labaki (Caramel, Where Do We Go Now?) nos enseña el lado más oscuro de Beirut desde los ojos del no tan inocente Zain. Compareciendo frente a juez lo escuchamos decir que quiere demandar a sus padres “porque lo tuvieron”. Sin anestesia Labaki nos pone en el centro de un conflicto que apenas entendemos y que nos genera mucha incomodidad. Los flashbacks nos ponen en contexto, pero a la vez aumentan la ansiedad.

Cafarnaúm Ciudad de Consuelo

Según algunos estudios arqueológicos la ciudad de Cafarnaúm fue un pueblo estratégico para el comercio y una ciudad que funcionaba como un punto de descanso para los viajeros. Enclavada a orillas del mar de Galilea. Fue también la ciudad elegida por Jesús luego de dejar Nazaret y desde donde llamó a los primeros apóstoles. Según los teólogos también fue una ciudad con mucha oscuridad espiritual. Cafarnaúm (2018) se recrea en el Líbano y de manera más concreta en un decadente barrio de Beirut. El título puede evocar un sentido de profecía bíblico, pero también puede aludir al vocablo árabe capernaum que puede ser traducido como “caos”.

Consuelo no, caos sí. El guión, en el que colaboran Labaki, Jihad Hojeily y Michelle Keserwany, no ofrece consuelo alguno a sus personajes. El caos que se deriva de la extrema miseria es el factor principal para que las acciones tomen curso. La realizadora bordea la explotación de la miseria. Camina por una línea delgada pero la crudeza gráfica se sustenta con una historia contundente. El retrato de la miseria no se nos da de manera gratuita ni como un elemento manipulador para generar emociones, es una realidad que se retrata casi con el rigor de un documental. Su protagonista Zain Al Rafeea es un refugiado sirio, así como los demás actores conectan en la vida real con las desventuras de sus personajes.

Cafarnaúm

Zain Al Rafeea y Boluwatife Treasure Bankole (Google images)

El viaje de Zain

El igual que el Antoine Doinel de Truffaut en su opera prima Los 400 golpes (1959) o el Polín en la también primera cinta de Leonardo Favio Cónica de un niño solo (1965), Zain vive su propia odisea. Los tres niños convergen en la miseria, en los padres imprudentes y en el deseo de sobreponerse ante la calamidad. El discurso de Labaki mira a los progenitores como primeros responsables de la miseria de Zain y de todos los Zain del mundo. Encontramos también un espacio donde la directora permite que los padres expulsen una especie de plegaria expiatoria amparados en su propia ignorancia. Esa secuencia del juzgado cuando el padre se quiebra es magistral.

En el anárquico y destartalado mundo de Zain hay espacio para la belleza. La cámara de Christopher Aoun (In White, Ismaii) encuentra la luz en el alma de ese pequeño niño que cae y se levanta. La belleza está en la fuerza del espíritu y en la mirada tenaz que alienta esperanza. En un momento Zain ve a unos niños que regresan de la escuela mientras él trabaja, no hay palabras, pero su expresión lo dice todo. La ingenuidad le fue arrancada, pero sigue siendo un niño, su encuentro con “El Señor Cucaracha” así nos lo deja ver. Es en Rahil (Yordanos Shiferaw), una inmigrante ilegal de Etiopia, que Zain encuentra una especie de figura materna real. Rahil vive su propio calvario junto a su pequeño hijo Yonas (Boluwatife Treasure Bankole). Por un breve instante el mundo de Zain parece encontrar un balance.

Para el mundo Zain no existe, sus padres ni siquiera saben exactamente en que año nació. La sociedad no le quiere ver y los adultos que le rodean solo lo utilizan. En primer plano vemos que se prepara para una foto, ya no se ve desaliñado y con una mueca asoma una sonrisa, finalmente comienza a existir.

10/10