Por Moisés Santana Castro
He visto por décima vez la película «Children of Men», una superproducción de cine independiente realizada por el cineasta Alfonso Cuarón con una maestría incomparable. Desde las actuaciones exquisitas hasta la fotografía y las locaciones decadentes de una Londres irreconocible, te mantiene en expectativa de principio a fin.
A pesar de su aparente ritmo lento y cansino, posee un alto grado de “acción psicológica” que algunas veces se convierte en tensión  franca y asfixiante (como la escena de persecución en el carro, de unos cinco minutos de toma continua).
La actuación de Clive Owen como Theo no tiene desperdicios y la del veterano Michael Caine, de un hippie añejo y divertido, es de primera. Sobresalen, repito a propósito, la fotografía, las tomas continuas bien llevadas, las escenas de acción con aire natural y fluido, las actuaciones bien medidas y –si fuera posible, por encima de todas las anteriores- la excelente historia de pura soft ci-fi sobre el tema clásico de “¿y si dejamos de concebir?”.

Hace dieciocho años que no nace ningún niño debido a una generalizada y lamentable esterilidad femenina. El caos impera: deportaciones de inmigrantes y violaciones a los derechos humanos, la guerra que inicia, la desesperanza cunde… Y en medio de todo ello, los disidentes tienen a Kee (Clare-Hope Ashitey), una inmigrante negra inexplicablemente embarazada que Theo deberá proteger casi sin decidirlo.
Kee y su hija pueden ser la respuesta y posible solución a la desgracia y al caos. Pero no saben en quien confiar en su terrible camino hacia El mañana, un barco del proyecto Humano que las acogerá para protegerlas. En medio del disturbio, Theo deberá correr, rogar, soportar dolor, participar en el parto y cambiar su actitud indiferente hacia la situación.
Cada detalle, cada sonido, cada escena de este film se define en dos palabras que saboreo cada vez que la vuelvo a ver: magníficamente desoladora, y para verla una veintena de veces más.

twitter: @santanamoises