Con El Irlandés Martin Scorsese se pasea por senderos muy conocidos. El director neoyorquino es amo y señor en el cine gansteril. Su obra está repleta de títulos referenciales en ese terreno. Desde Mean Streets (1973), pasando por Goodfellas (1990) y hasta Casino (1995), la mano de Scorsese ha definido la percepción popular del bajo mundo y sobre todo de la mafia italiana. Su dominio de la técnica y el lenguaje cinematográfico ha encontrado en estas historias un universo para circular a sus anchas.

Una llave que se balancea en el encendido de un auto, un viaje en carretera o la celebración de una boda. Scorsese presta una atención fenomenal al detalle y nos mantiene en suspenso por 3 horas y 30 minutos. Cada secuencia está cargada de una tensión que nace por igual de la incertidumbre que pesa sobre los personajes y de los pesados silencios que anteceden a los punzantes diálogos.

EL IRLANDÉS

Frank “El Irlandés” Sheeran fue un líder sindicalista con estrechos vínculos con la mafia italiana. En el libro de 2004 “Escuché que pintas casas” el autor Charles Brandt recoge las memorias de Sheeran y su conexión con la desaparición del también líder sindicalista Jimmy Hoffa. Steven Zaillian (Moneyball, American Ganster) adapta la obra de Brandt y Robert De Niro se calza los zapatos de Frank Sheeran. Con un plano secuencia la cámara nos presenta a Sheeran quien se convierte en nuestro narrador. Cuando se abre el telón quedamos a merced de las anécdotas de El Irlandés y nos obliga a convertirnos en voyeristas de sus recuerdos.

Scorsese cimienta su discurso sobre tres pilares y De Niro es uno de ellos. Como en sus mejores años el hombre vuelve a dominar la pantalla con una fuerza descomunal y aun cuando esta en un papel familiar logra reinventarse. Desde el  ocaso ese Sheeran desnuda el alma y desmitifica la figura de los asesinos de la mafia. Si bien nos embriaga con sus diálogos es en los silencios donde mejor le vemos, la carga del lenguaje corporal traspasa la pantalla. La cadencia y el ritmo no tienen un solo momento bajo y El Irlandés nos agobia hasta la última secuencia con un gesto que puede parecer trivial pero que posee una importancia capital en los motivos del personaje.

HOFFA Y LOS BUFALINO

Las otras dos cabezas del tridente  son Al Pacino en su interpretación de Jimmy Hoffa y Joe Pesci quien hace de Russell Bufalino. El personaje de Hoffa es el eje donde pueden pivotear los demás elementos del filme. De su lado Bufalino es la cabeza de una de las organizaciones criminales más poderosas de Norteamérica. Operando desde el noreste de Pennsylvania los Bufalinos tenían sus manos metidas en todo y los sindicatos no fueron la excepción. Russell es quien introduce a Hoffa y a Sheeran, una asociación que dio al primero un brazo ejecutor y al segundo poder en el mundo de los sindicatos.

Una pantalla no parece ser suficiente para contener lo que ofrecen estos tres veteranos. Sí lo de De Niro es de antología Pesci y Pascino no se quedan atrás. Pesci como Russell Bufalino logra un personaje que causa pavor, con una calma pasmosa se apodera del momento y cuando entra en escena es como si viéramos a la parca deambular con su hoz. En tanto que Pacino es puro carisma con su pintoresca interpretación de Jimmy Hoffa.

Para dar un contexto de mayor relevancia la historia conecta con momentos determinantes en la historia de los Estados Unidos y el mundo. La malograda invasión de bahía de Cochinos, la crisis de los mísiles y el asesinato de Kennedy, todo se entremezcla y de alguna manera se conecta con ese Frank Sheeran.

The Irishman

Martin Scorsese en el set de El Irlandés (Google Images)

UNA CUESTIÓN DE LEALTAD

Debajo de la codicia, la corrupción, los asesinatos, El Irlandés asoma como una película sobre la lealtad. Esa relación tri-direccional es puesta a prueba cuando la crisis alcanza su punto más alto y es Frank Sheeran quien tiene que tomar la decisión más difícil. Es sencillo dispararle a un hombre en la cabeza frente a sus esposa e hijos pero es complicado rebuscar en la emociones cuando la única opción parece ser la traición.

Por supuesto que queremos volver a toparnos con esas marcas de fábrica de Scorsese y la furia poética con la que logra plasmar la violencia. En el camino lo encontramos y también nos encontramos al Scorsese más íntimo. El Irlandés se convierte en una película de estudio de personajes y el director sabe muy bien retratar en pantalla a esos hombres en encrucijadas existenciales, aquí por partida triple.

Rodrigo Prieto, quien ya había colaborado con el director en El Lobo de Wall Street (2013) se asocia una vez más para hacer gala de su talento con la cámara. Las secuencias exteriores nocturnas son impecables y también lo son sus composiciones de esos primeros planos que arropan la pantalla. Otra habitual de Scorsese, Thelma Schoonmaker, se sienta en la silla de edición para regalarnos las tres horas y medias más intensas que puedan imaginar.

El Irlandés es una pieza más que engrandece la obra de un director que se rinde ante el cine puro y que hace de su oficio un acto de exaltación del arte de contar historias.

10/10