Examinar la mente de sujetos atribulados no es nada nuevo para el director Brad Anderson. Su nueva película producida por Netflix, Fractura nos hace rememorar su obra de 2004 El Maquinista. Hay que resaltar que aquella la protagonizó Christian Bale y fue uno de los roles que más le demandó física e histriónicamente. En esta ocasión es Sam Worthington el consternado por eventos del pasado y el que lucha por mantener la sanidad ante el mundo que le rodea. Eso de estudiar personajes y rebuscar razones en la psiquis de sus personajes, especialmente masculinos, es un camino que el director Anderson gusta de transitar y ahora regresa a ese universo sórdido.

Ray Monroe (Sam Worthington) viaja con su esposa e hija en vísperas del día de acción de gracias. En medio de las desoladas planicies de Minnesota y entre argumentos con su esposa por lo maltrecho de su relación se ven forzados a realizar una parada en una estación de servicio de mala muerte. Joanne (Lily Rabe) regresa al baño a buscar uno de los juguetes de la pequeña Peri (Lucy Capri) y deja a Ray cuidando a la niña es ahí cuando Peri se aleja de su padre y termina cayendo en una fosa de un área de construcción. Justo aquí comienzan las penurias de los Monroe, el director somete a la audiencia a una carrera frenética contra el tiempo.

UN HOMBRE FRACTURADO

El guión de Alan B. McElroy (Halloween 4, The Marine) se apoya por completo en el personaje de Ray Monroe. Desde la secuencia inicial establece su inestabilidad mental, pequeños detalles nos hablan de sus traumas, de sus miedos y de sus problemas con el alcohol. Tal vez esos primero diez minutos son los mejor de Fractura, con una economía de diálogos el director logra presentar a ese Ray y sus motivos. El macho con el ego herido e incapaz de sanar las heridas del pasado. Sam Worthington se desempeña bien y en cierta forma podemos conectar con él y su desdicha.

Fractura

Escena de Fractura (Google Images)

En lugar de sacar punta a la historia por el lado del hombre fracturado, el director se decide por montarnos en un thriller jugando con realidades paralelas. Anderson pretende dar fuerza a su drama confundiendo a la audiencia, su protagonista se acerca al borde de la locura y no puede distinguir lo real de lo ficticio. Así Fractura juega a ocultar detalles para luego revelarlos de forma “gloriosa” en el clímax de la película. Pero la fórmula termina por jugarle en contra a la puesta en escena y vamos pasando de secuencia en secuencia movidos por una curiosidad revestida de ingenuidad como esperando que el desenlace no sea absurdo que presentimos desde el minuto diez.

Se desperdicia una oportunidad dorada con un Sam Worthington que lucía dispuesto a ir más profundo en la oscuridad del alma humana. En cambio, nos quedamos con un filme que prefiere el efectismo del thriller superficial. Fractura puede resultar atractiva desde su propuesta técnica gracias a una correcta labor de cinematografía que comulga muy bien con una edición fluida, pero en el plano argumental resulta predecible e intrascendente.

6/10

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