Puntuación: 2.5 de 5.

En el cine lo importante no es lo que se cuenta sino como se cuenta. La historia tiene un poder en sí misma, pero es la narración la que la hace digna. Hotel Coppelia (2021) del director José María Cabral es un ejemplo palpable de que no basta una buena idea o un tema de alta relevancia histórica y política. El guión debe tener la fuerza para hacer que una película sea auténtica, como dijo una vez el maestro Akira Kurosawa. Como en una buena novela, el discurso tiene que enganchar en los primeros minutos, es una carrera contrarreloj para que el narrador conecte con su audiencia.

Con Hotel Coppelia Cabral nos transporta al Santo Domingo de 1965. La inestabilidad social y política dominan la escena y la resaca de una dictadura todavía pesa sobre un país que puja para encontrar el camino a la democracia. En este contexto se levanta el Coppelia, un burdel dirigido por Judith (Lumy Lizardo) y que por razones de su ubicación se convierte en un lugar estratégico para las aspiraciones de las fuerzas revolucionarias. El prostíbulo se transfigura en la base de operaciones de la insurrección comandada por Montero Arache (Antonio Melenciano).

Las mujeres anónimas

La cruda secuencia inicial sirve para introducir de manera rápida a las mujeres del burdel y de inmediato el foco de atención se mueve al personaje de Gloria (Nashla Bogaert) que se convierte en el segundo hilo narrativo dentro del ecosistema del hotel. Todo comienza a gravitar en torno a Judith, Gloria y Beti (Jazz Vilá) y así entendemos la dinámica del Coppelia. La entrada en escena de Montero Arache comienza a mover la historia hacía su primer punto de inflexión. Si bien la historia discurre sin tropiezos su forma se antepone al fondo y los personajes se hacen frágiles, sus arcos dramáticos están plagados de estereotipos que cortan el poco oxígeno que pueden encontrar. Se mueven como marionetas recitando diálogos fingidos. El universo de la ficción tiene que ser verosímil dentro los parámetros que la historia propone y aquí las situaciones se dan por antojo buscando siempre un golpe de efecto hasta el punto de sacrificar la credibilidad.

Esas mujeres anónimas a las que el director le dedica la película se nos dibujan estropeadas, y no en su plano físico que se justifica por los que les toca vivir, sino en el plano humano. No hay reivindicación de sus figuras ni siquiera con el personaje de Tina Bazuca (Ruth Emeterio). La heroína se planta frente a las fuerzas del imperialismo villano hecho carne en ese coronel Thompson (Nick Searcy), que se pavonea con un aire del Kurtz de Brando en Apocalypse Now (1979). Pero ni la gallardía de Tina Bazuca ni la perversidad del coronel Thompson encuentran espacio para desarrollarse y terminan en el mismo vacío que los demás personajes. Thompson cataliza del acto de desenlace y es la figura que el director utiliza para tratar de expiar de manera definitiva todos los demonios de las inquilinas del Coppelia.

Hotel Coppelia
Nashla Bogaert, Hotel Coppelia (Google images)

El Coppelia

Hernan Herrera (Despertar, El Proyeccionista) ha estado al lado del director a lo largo de toda su obra y la buena química entre ambos es algo que siempre ha rendido frutos. Es en esa puesta en escena donde Cabral ha mostrado siempre mucha agudeza. En esta ocasión la cinematografía de Herrera brilla en el Coppelia que nace desde el diseño de producción y la dirección de arte de Wilhem Pérez y Oliver Rivas Madera. Ya sea en los planos secuencia, los planos cenitales o en los primeros planos el lente aprovecha las texturas, la iluminación y los colores al máximo. Es aquí donde Hotel Coppelia muestra su mejor cara, la forma dicta el ritmo de la narración y le roba espacio a la densidad que pretende el discurso del director.

Hotel Coppelia es un filme que entrega todo en el aspecto visual y el director se muestra seguro en el planteamiento de su historia, pero el lastre de una narración retórica y empujada por personajes que se diluyen conforme pasan los minutos resulta muy pesado. El conflicto militar y político también queda reducido a una ingenua lucha de buenos contra malos y de paso disminuye la magnitud histórica de ese abril de 1965.