Puntuación: 4 de 5.

Entonces uno de los doce, que se llamaba Judas Iscariote, se presentó a los jefes de los sacerdotes y les dijo: “cuánto me darán si se los entrego?” Ellos prometieron darle treinta monedas de plata. Mt 26: 14-15

Es fácil identificarse con el héroe, el salvador, el mártir. Pero ir del lado del traidor, el conspirador, el indigno es una labor más complicada. La madrugada del 15 de enero de 1990 William “Bill” O’Neal se lanzó a una autopista en la ciudad de Chicago, un auto impactó su cuerpo y posteriormente murió a consecuencias de las heridas. En 1973 se hizo publicó el rol que jugó O’Neal en el asalto por miembros del FBI a una residencia donde pernoctaba el líder de los Pantera Negra Fred Hampton. Siendo un miembro importante del partido O’Neal suministró a la agencia del orden información vital para esa operación que culminó con la muerte de Hamptron.

En un artículo publicado por Michael Ervin para el Chicago Reader en 1990, Ben Heard, tío de William O’Neal, relató las últimas horas de su sobrino y aseguró que no era la primera vez que este atentaba contra su vida. Sin duda el peso de la culpa era demasiado y lo eventos de aquel 1969 nuca dejaron de atormentar al Judas del Mesías Negro. El director Shaka King (Newlyweeds) aprovecha el suceso histórico para embarcarnos con Judas y el Mesías Negro en un filme de corte biográfico escrito con los códigos del thriller.

O’Neal vs Hampton

Sube el telón y vemos a un sujeto con gabardina y sombrero que se apresura a un bar blandiendo una placa del FBI. Pronto nos damos cuenta de que es solo una falacia para concretar el robo de un auto. Su aventura termina de manera abrupta y ese breve instante le condenará de por vida. El astuto delincuente es Bill O’Neal (LaKeith Stanfield) y ese incidente marcó el inicio de su carrera como informante para el FBI. Mientras el mundo de O’Neal colapsa, Fred Hampton (Daniel Kaluuya) asciende de forma meteórica en las filas de los Pantera Negra y como líder activista. Cuando sus caminos se cruzan el guión de Judas y el Mesías Negro acelera su ritmo y no nos suelta hasta el último minuto.

Kaluuya y Stanfield se enfrentan en un duelo de actoral. El primero tiene mucho campo para accionar por los rangos que le permite su personaje, grandilocuente y pomposo por obligación, pero también introspectivo. El rol de Stanfield le exige expresar desde emociones reprimidas limitando a algunos momentos breves los registros altisonantes. Ambos se muestran en dominio total de la escena, cada momento les pertenece y el filme late a su ritmo. Desde los ojos del judas de turno el director Shaka King cuenta la historia de esa voz alentadora que predicaba en el universo de los marginados. Fred Hampton fue la pieza de pivote, pero O’Neal fue el nefasto catalizador que sirvió para crear la leyenda.

El veterano Sean Bobbitt (12 Years a Slave, Hunger, Oldboy) se pone detrás del lente para llevarnos a ese Chicago de finales de los 60 en plena ebullición con las protestas por los derechos civiles. Los primeros planos sirven como signos de exclamación para acentuar cada secuencia. Junto con el preciso diseño de producción y los ángulos de la cámara de Bobbitt tenemos las notas y acordes de la composición de Craig Harris y Mark Isham. Para Harris su primera producción como compositor, pero Isham tiene bajo su firma títulos como, 42 (2013) y Crash (2004). La dupla logra un universo sonoro intenso que se adapta de manera perfecta a la narración.

Judas y el Mesías Negro se apoya en la historia para elevar su discurso político y lo hace valiéndose de los elementos del thriller y algunos ribetes del cine policíaco. Este drama biográfico se hace grande gracias a unas magníficas actuaciones y una dirección impecable.