Por Rubén Peralta Rigaud
Desde el invierno del 2003, para los amantes del cine, las navidades tienen una parada obligatoria en videoclubes o televisión por cable: esta parada es “Love Actually. Richard Curtis, director de cine, pasa de ser un exitoso guionista de historias, básicamente comedias con un humor muy británico, dirige su ópera prima con gran ingenio.
Love Actually tiene varias virtudes. Una de ellas es que “la” historia de amor, propia de toda comedia romántica, aquí no es una sino varias: las historias se diversifican, se suman, se entrelazan, se extienden sobre toda clase de parejas y tipos de relación. A la manera de “Short Cuts (Ciudad de Angeles) de Robert Altman –aunque con más liviandad y menos tragedia–, en la que las situaciones se iban sucediendo unas a otras conectadas por alguno de los personajes, en este film los desencuentros, los conflictos y el amor también alcanzan  un abanico de criaturas. Un padre viudo y su hijo, una pareja estable y madura, una de recién casados, un escritor engañado, dos compañeros de oficina, un músico y su manager y hasta un primer ministro son parte de la trama. Si de diferentes clases de amor se trata, en “Love Actually los hay inocentes, inconfesables, en diferentes idiomas y razas, prohibidos, sexuales, posibles e inalcanzables.
No sólo es ingeniosa la forma en que se van conectando las historias, sino que además es divertido para el espectador ir hilvanando unos personajes con otros e ir descubriendo cómo cada uno se relaciona con cada cual. En el film, como en la vida, parece que “el mundo es un pañuelo” y resulta que el primer ministro tiene una hermana que es amiga de y está casada con…, que a su vez está enamorado de…, que trabaja con…, y así sucesivamente. Las vueltas de tuerca son innumerables, pero no es difícil seguir las historias ni asimilar sus desenlaces porque los conflictos son sencillos (y a veces, hasta un poco obvios y previsibles). La gracia está, justamente, en el cómo se cuentan.
A tono con los anteriores guiones de Curtis, los diálogos son fundamentales a la hora de aportar ritmo, humor, ironía o romance. También lo es el reparto de actores, muchos y muy buenos, entre los que destacan Colin Firth, Alan Rickman y Laura Linney. Bill Nighy despierta las mayores carcajadas mientras se luce como un avejentado e insolente rockero que está a punto de llegar al puesto número uno del ranking con un hit navideño que detesta.
Y un detalle: la película transcurre durante las semanas previas a la Navidad. Esto funciona como disparador de algunos hechos que se desarrollan en el film. Hacia el final, los sucesos se aceleran, la Nochebuena se acerca y se precipitan los encuentros, las declaraciones de amor y los festejos, durante los cuales las cosas pueden cambiar para los protagonistas. Lo que nunca cambia es el mensaje final de las películas navideñas (siempre se estrena alguna para estas fechas), que podríamos traducir en estos términos: ¡a correr, a enamorarse, que se acaba el año!
En resumen, un filme lleno de buenos sentimientos y buenas vibraciones. Recomendada para aquellos que tienen una pareja impresentable, que sepan que siempre se está a tiempo de rectificar. Para los que tengan una pareja maravillosa, que la cuiden. Y para los que estén sin pareja, que no pierdan la esperanza, porque el amor de tu vida siempre puede aparecer a la vuelta de la esquina.
Ficha Técnica:

  • Dirección y guión: Richard Curtis
  • País: Reino Unido
  • Año: 2003
  • Duración: 129 min
  • Interpretación: Alan Rickman (Harry), Bill Nighy (Billy), Colin Firth (Jamie), Emma Thompson (Karen), Hugh Grant (Primer Ministro), Laura Linney (Sarah), Liam Neeson (Daniel), Martine McCutcheon (Natalie), Keira Knightley (Juliet), Rowan Atkinson (Rufus), Andrew Lincoln (Mark), Billy Bob Thornton (Presidente)
  • Música:Craig Armstrong
  • Fotografía: Michael Coulter
  • Montaje: Nick Moore
  • Diseño de producción: Jim Clay
  • Vestuario: Joanna Johnston

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Escrito por Rubén Peralta Rigaud para la Revista CINEASTA.