Puntuación: 4.5 de 5.

POR: EDWIN CRUZ

En los espacios vacíos, rebosantes de oscuridad, construye Nelson la narrativa de esta obra con sabor a letanía, presa en el tiempo por un amor filial que mutila, que hizo metástasis.
Aunque el bagaje suprime confortabilidad, hay una gracia, un humor perenne, el yo no sé qué envuelto en la accidentada oralidad dominicana.

Para entender a Nelson, debemos despojarnos de lo estructurado, del expreso deseo de encontrar una película conocida. Así aceptaremos sus descansos visuales «atípicos», con residencia permanente en el vídeo arte y  voces impersonales que transportan hacia un lenguaje de justicia social, pues te deja observar con encanto burgués, pero ipso facto mata el placer de galería de arte con el barrio, con vocinglería redentora.

Bienvenidos a un retrato bizarro del dominican dream. Bienvenidos a un ensayo sobre nuestro perfil sociológico de diáspora que se refugia en la dominicanidad obsoleta, en un país que canibaliza irremisiblemente identidades. Aceptarnos no es divertido. Aunque la risa evasora de «drinks» nos posea.