Recuerdo como ahora cuando vi el primer episodio de Stranger Things. Fue amor a primera vista. El diseño de los títulos, la textura de las imágenes, la música, me llevaban a un lugar familiar. Esta serie original de Netflix es la muestra más fehaciente de como este gigante del entretenimiento ha cambiado el mundo de la televisión y el cine. Si aún quedaba alguna duda, los 40 millones de hogares que vieron la tercera temporada en los primeros cuatro días de su estreno, se encargaron de despejarla.
La ecuación se puede poner más compleja si entendemos que hablamos de una serie que se alimenta de la nostalgia. Los hermanos Duffer se encargaron de revivir el cine de los 80 con sus claras referencias a películas que de una u otra forma incidieron en la cultura popular del decenio ochentero y hasta principios de los 90. Pareciera fácil con esta formula calar en un público adulto pero el verdadero reto era conseguir el favor de las nuevas generaciones. Es ahí donde Netflix y el equipo creativo de Stranger Things cambiaron el juego. Lograr comulgar con dos mundos diferentes con un producto que transpira un aroma desconocido para los pos-millenials.
SPIELBERG Y OTROS DEMONIOS
Repasar las referencias es una tarea ardua y en la que podemos pecar por omisión. Cual Demogorgon voraz el lápiz de los Duffer arrasa con todo el cine de aventura, terror y ciencia ficción de los 80. En el camino también nos salpican con referencias de épocas anteriores y posteriores, pero su núcleo se cimienta en la era del Cubo de Rubik.
Stranger Things prospera en terrenos donde es fácil fracasar. Robando de aquí y de allá y caminando siempre por los senderos del homenaje el guion siempre encuentra su propia esencia. Los personajes fueron concebidos con un nivel de detalle excepcional y su profundidad les ha permitido crecer y evolucionar de manera verosímil. Nada se apresura e incluso los personajes más pequeños juegan un papel fundamental.
De la misma forma que han evolucionado los personajes también lo ha hecho la historia. El tono de aventura infantil con pizcas de terror de la primera temporada sigue presente, pero en la tercera entrega se hace más visceral. El matiz cómico que imprimen los personajes infantiles, quienes comandan la tropa, hace que no nos tomemos muy en serio la violencia y lo grotesco que por obligación demanda el argumento.
NO TODO ES COSAS EXTRAÑAS
Los monstruos sobrenaturales pueden ser la chispa que encienda esta Stranger Things, pero hay más que cosas extrañas. Si plantamos la mirada en los personajes adultos vamos a descifrar fácilmente un discurso que se encamina por la crítica social. Personajes agrietados emocionalmente que batallan para conectar con sus hijos y otros que pretenden convertirse en figuras paternas y sucumben miserablemente. Familias inestables por falta de comunicación e hijos que buscan figuras de referencia fuera de casa.
“Estoy en un viaje de curiosidad, y necesito mis remos para viajar. Estos libros … estos libros son mis remos.”
Más que un delirante viaje de melancolía Stranger Things es una serie que ha madurado con el tiempo y que además de un historia interesante y bien narrada ofrece entretenimiento de primer nivel.
9/10