POR: LUIS G. JANSEN
Luego de acompañarme a ese rincón donde te quedaste, no puedo hacer menos que entregarte estas palabras errantes. Desde el domingo en que te despedimos con el cielo llorando, es inevitable meditar en lo inconexas que llegan a ser la vida y la justicia. No eras tú quien siempre le coqueteaba a la dama pálida. Sin embargo, el destino maldito nos ha obligado a enfrentar este adiós apresurado.
Te escapaste de esta absurda vida, porque sabías que merecías algo mejor. Y te fuiste sin compartirnos tu secreto de la sonrisa eterna, ni de las lecciones de humildad. De tus oportunas intervenciones que arrebataban la rabia, tus soluciones de conflictos, y todas esas cosas que el consenso te adjudica y que acariciaban la vida. Te fuiste sin ni siquiera enterarme de cual era tu película favorita.
Pero junto a este sobrio pesar y al sabor amargo del desconsuelo, abrazaremos también a todos nuestros recuerdos. Los que nos regalaste a tus amigos, tus familiares, tus cinépatas, tus colegas, tu Wild Bunch, que a fin de cuentas somos todos la misma cosa. Recuerdos de tu pésima imitación de Alexis y su “beber y oír música”. Y como jodiste con Ismael Serrano, y “¡Jansen, coño, sube el techo que tengo frio!”.
Ese domingo llorón despedimos a más que un cinéfilo, más que un abogado, más que un crítico y más que un amigo; despedimos un gran hombre. A un gran hombre que nos honró siendo uno de los nuestros. Y no cualquiera de los nuestros, el mejor de los nuestros.
De mi parte, nunca te pude decir que tenías razón, que no es obligatorio llorar con el final de Cinema Paradiso. Y te dije que vería El Club y aún no la he visto. Pero este mes pasan a Los viajes del viento, pendiente compartida que raya en inoportuna. A esa, hermano, te prometo no faltar.
A la memoria de Max, entrañable amigo.
—-
HPS