Ad Astra nos lleva a un lugar familiar. Y no me refiero al espacio exterior sino al lugar donde el hombre hace frente a su propia existencia. En el cine la exploración del espacio exterior ha sido un tema recurrente, a veces como aventura y otras tantas como un medio para hurgar en la psiquis humana. Robando elementos de ambas propuestas James Gray (Two Lovers, The Immigrant) nos plantea una historia que nos lleva a los confines del espacio para buscar las respuestas que yacen en nuestro interior. El anzuelo de la aventura arrastra a los incautos hasta una película más reflexiva e introspectiva.
En una entrevista el propio Gray admitió que escribió los primeros borradores de Ad Astra en 2011. La idea era un proyecto más íntimo, una película de estudio de personaje en el espacio. Al final el proyecto se hizo más grande y ambicioso, poner a Brad Pitt en el rol protagónico hizo que de repente se pensará en un filme de tonos épicos. Igual la cantidad de cintas que se encaminaron por este mismo sendero hicieron que se replantearan muchas cosas.
AD ASTRA Y EL SÍNDROME DE TELÉMACO
En un futuro cercano el hombre ya ha colonizado la luna y hay toda una serie de ambiciosos proyectos espaciales. Una serie de extrañas descargas de energía ponen en peligro la vida en la tierra y Roy McBride (Brad Pitt) es llamado a una misión para encontrar el origen de este fenómeno. La información apunta a que una misión fallida que fue comandada por el padre de Roy, Clifford McBride (Tommy Lee Jones), puede guardar relación con los inusuales sucesos.
Lo único que conecta a Roy con este mundo es su trabajo. Todo lo que le rodea se nos muestra fuera de foco y nos vemos obligados a engancharnos a él. Estoico e inmutable sin importar la situación, así entierra sus carencias y debilidades, pero su nueva tarea hará tambalear sus cimientos. El guión de James Gray y Ethan Gross nos embarca en una verdadera aventura épica comandada por un excepcional Brad Pitt. Ad Astra puede hacer alarde de una impecable realización y estilizada puesta en escena, pero lo que realmente la realza es la gigantesca presencia de Pitt en pantalla. El veterano actor se devora esas dos horas y nos absorbe con su poder interpretativo.
Bien podría ser ese Roy McBride un perfecto sujeto para estudiar el síndrome de Telémaco. El hijo con el vacío emocional tras la ausencia del padre. Tal como en el relato de Homero, Roy irá tras su padre. Tal vez los motivos sean diferentes, pero en esencia el viaje y los peligros que este trae son los mismos. No importa todo el ruido exterior aquí lo importante es esa fracturada relación padre-hijo y el hombre que hace frente a sus huecos emocionales.
“…Odiseo se sentó de nuevo y Telémaco le abrazó llorando inconsolablemente, pues así de intenso era el deseo que los unía…” (Homero, La Odisea)
Con el personaje de Roy el director James Gray también se aventura por las líneas del complejo de Edipo y ese resentimiento ante la figura paterna. El impulso es matar la figura del padre para salir de esa sombra, Roy no quiere ser su padre, pero sus acciones lo acercan cada vez más ese modelo que rechaza.
2019: LA ODISEA DE ROY
Al igual que en su momento lo hiciera Tarkovsky con su “Solaris”, Kubrick con “2001: Una Odisea del Espacio” y hasta Cuarón con “Gravity”. James Gray usa el espacio como un vehículo para consolidar su discurso y encontrar el lugar ideal para que el hombre reflexione y se mire con más conciencia de sí mismo. Aquí mucho tiene que ver Hoyte Van Hoytema (Interstellar, Dunkirk) quien con una inmaculada labor de cinematografía nos regala fotogramas que recogen hasta la más profunda de las emociones que brotan de ese Roy en su viaje.
Ya sea en forma o en partes de su estructura Ad Astra puede guardar relación con cualquiera de los filmes que mencionamos antes. Pero si quisiéramos establecer un puente más cercano podríamos mirar a la obra de Tarkovsky y equiparar a Roy con aquel Kris de “Solaris”, que fracturado emocionalmente también se embarca en una misión de gran envergadura.
Esta Ad Astra no es tan contundente como sus similares y esto en parte se debe a que la historia se adorna con algunas secuencias que suman poco al discurso del director. La fotografía y la música se conjugan de forma perfecta y en el centro de todo un Brad Pitt que se impone y nos estremece con una actuación para la posteridad.
8/10